Bailar entre sombras y luz: Ser una bailarina de ballet negra en Puerto Rico

por Luz Marie Iturbe Ortiz |

Cuando pienso en mi historia como bailarina de ballet en Puerto Rico, hay algo que se me clava en el pecho: la sensación de no encajar. Desde pequeña, el ballet fue mi mundo, mi lenguaje, mi escape… pero también fue un espacio donde aprendí que, a veces, tu esfuerzo es en vano, si tu piel o tu cuerpo no cumplen con los estándares que otros decidieron. El problema nunca fue el talento, sino el racismo disfrazado de “estética”. Eso me hacía sentir que, aunque amaba bailar, el ballet no siempre me amaba de vuelta.

Puerto Rico es una isla llena de mezcla, de colores y de ritmos. Pero en el mundo del ballet, esa diversidad se pierde. Cuando una es visiblemente negra, el trato cambia. Esa mezcla no se celebra cuando se sale del molde.

En el ballet puertorriqueño se sigue usando como referencia un modelo de técnica y belleza eurocéntrico, sin cuestionar si ese modelo realmente representa o incluye la población de la isla. Las escuelas y compañías de ballet, en vez de adaptar el arte a la realidad de quienes lo practican, insisten en que encajemos en un molde que no fue hecho para nosotras. Puerto Rico, pese a su mezcla evidente de razas, ha mantenido un discurso fuerte de "mestizaje" que, en lugar de celebrar la negritud, la diluye, la invisibiliza. Este discurso ha servido como excusa para no hablar de racismo. "Aquí todos somos iguales", “aquí todos somos mezcla”, dicen. Pero en la práctica, lo Negro sigue siendo marginado, tanto en el ballet como en otros espacios de prestigio cultural. Lo Blanco se sigue asociando con lo bello, lo correcto y lo profesional.

En el estudio de ballet, sentía que debía luchar contra una imagen que no se parecía a mí: la bailarina blanca, delgada, de facciones finas y cabello liso. Yo no era esa imagen. Y eso, en muchos espacios, significaba que no tenía la apariencia idealizada de una “bailarina”. Me enfrenté a comentarios sobre mi cuerpo —“tu busto es muy grande y distrae cuando bailas”— y a observaciones claramente discriminatorias, disfrazadas de preocupación estética: “tienes que usar medias color piel más clara para mantener la uniformidad con tus compañeras”. También viví decisiones injustas en los castings y el constante mensaje, directo o implícito, de que no era suficiente para este arte. Mi experiencia como estudiante y bailarina estuvo marcada por un cuestionamiento constante de mi cuerpo, mi imagen y, más profundamente, de mi identidad. Lo más duro no siempre era lo que se decía, sino lo que se callaba: no te daban el papel, no salías en las fotos, no te nombraban. Eras invisible. Y uno se empieza a preguntar: ¿será que no soy lo suficientemente buena? ¿O será que no soy lo suficientemente blanca?

Mi proceso de autoconocimiento ha sido largo, pero profundamente transformador. Al salir de Puerto Rico y sumergirme en espacios más diversos, pude ponerle nombre a muchas de las cosas que viví: racismo, colorismo, microagresiones, exclusión estética. Mi educación formal en diversidad, equidad e inclusión en la danza me dio herramientas para comprender que lo que viví no fue un caso aislado, sino parte de una estructura más amplia. Entendí que mi cuerpo no era el problema, sino que el problema era un sistema que no estaba dispuesto a cambiar. Pero también entendí que no tengo que seguir pidiendo permiso para existir en este espacio. Mi cuerpo, mi historia, mi arte tienen valor. Y lo que viví no era solo mi historia: muchas otras bailarinas afrolatinas siguen pasando por lo mismo. Lo confirmé al entrevistar a un grupo de bailarinas profesionales de ballet afrolatinas para mi proyecto de tesis, donde comprendí que nuestras experiencias compartidas revelaban una realidad más amplia. Fue ahí donde encontré mi voz.

Hoy, como educadora y académica, sigo escuchando historias similares de jóvenes bailarinas negras que enfrentan los mismos prejuicios que yo enfrenté años atrás. Continúo viendo cómo escuelas y compañías tanto en la isla, como en Estados Unidos siguen rigiéndose por estándares estéticos que no responden a la diversidad real de sus comunidades. A pesar de estar en el Caribe, el ballet puertorriqueño se aferra a una tradición europea sin voluntad de adaptación ni inclusión.

Estudiar, investigar y escribir sobre este tema ha sido fundamental para mi crecimiento personal y la reafirmación de mi identidad. Además, me ha dado un propósito claro y profundo que hoy guía mi trabajo. Como educadora, sé que tengo una responsabilidad: usar mi experiencia para cambiar las cosas. Ya no solo bailo para mí; ahora enseño, acompaño y abro caminos para que más niñas negras se vean reflejadas en el ballet.

Bailarina negra, afrolatina, caribeña que me lees: sí, tu cuerpo sí puede estar en el escenario, tu cabello no necesita esconderse, tu identidad no tiene que cambiar para que puedas brillar.

Desde mi lugar como bailarina, maestra y afrolatina, me he comprometido a seguir abriendo caminos. A cuestionar los estándares que hieren, a proponer otros modelos posibles y prácticas más inclusivas en el ballet. Trabajo día a día para crear espacios donde el ballet no sea un privilegio reservado para unos pocos, sino un arte que abrace a todos. Uso la pedagogía culturalmente relevante y centrada en el estudiante porque sé que conocer a tu alumna, entender su historia y valorar su identidad puede hacer la diferencia entre que abandone el ballet o que brille en las tablas.

También invito a toda la comunidad de la danza a que abra los ojos. Que entienda que la diversidad, la equidad y la inclusión no son una moda: son una necesidad. Adaptar el ballet a la realidad de nuestras comunidades no lo debilita, lo enriquece. Creo en la importancia de educar a maestros, directores y coreógrafos sobre el racismo, el colorismo, la exclusión estética y, sobre todo, sobre los efectos del racismo estructural en la danza.

Esto que comparto aquí es mi historia, pero también es la historia de muchas. Y mientras tenga voz, seguiré usándola para que nuestras niñas negras no tengan que pedir permiso para bailar.

Porque el escenario también les pertenece.

Negré: Black & Loud Voices nuestra estrategia y ecosistema de narrativas decolonizadoras y antirracistas en la que continuamos amplificando las voces de nuestra gente negra y situándoles al centro y al frente.